Volumen III: El catalejo lacado by Philip Pullman

Volumen III: El catalejo lacado by Philip Pullman

autor:Philip Pullman [Pullman, Philip]
Format: epub
Tags: Infantil y juvenil, Aventuras, Fantástico
editor: Roca Editorial
publicado: 2010-09-30T22:00:00+00:00


20. TREPAR

LA ALCANCÉ TREPANDO DESPACIO,

SUJETÁNDOME

A LAS RAMAS

QUE CRECEN

ENTRE EL

ÉXTASIS Y YO.

EMILY DICKINSON

Los mulefa confeccionaban distintos tipos de cuerdas y sogas, y Mary Malone pasó toda una mañana examinando y probando las que la familia de Atal guardaban en sus almacenes, antes de seleccionar la que quería. En el mundo de los mulefa no se conocía la técnica de torcer y enrollar, por lo que todas las sogas estaban trenzadas, pero eran fuertes y flexibles y Mary no tardó en dar con la que quería.

—¿Qué haces? —preguntó Atal.

En el lenguaje de los mulefa no existía un término equivalente a «trepar», de modo que Mary tuvo que recurrir a complicados gestos y explicaciones para que su amiga lo entendiera. Atal se quedó horrorizada.

—¿Vas a subir a lo alto de los árboles?

—Tengo que ver qué ocurre —explicó Mary—. Ahora ayúdame a preparar la cuerda.

Mary había conocido en California a un matemático que todos los fines de semana se dedicaba a trepar a los árboles. Mary, que había escalado algunos peñascos, le escuchó con interés mientras el hombre le explicaba las técnicas y el equipo que utilizaba, y decidió intentarlo ella misma en cuanto se le presentara la ocasión. Por supuesto, no había previsto trepar a unos árboles en un mundo distinto del suyo, ni le atraía hacerlo en solitario, pero no tenía más remedio. Lo único que podía hacer era prepararlo todo de antemano para evitar en la medida de lo posible un accidente.

Eligió una cuerda lo suficientemente larga para pasarla sobre una de las ramas de un elevado árbol y que colgara hasta el suelo, y que además fuera lo bastante resistente para soportar un peso varias veces superior al suyo. Luego cortó en varios trozos una cuerda más corta pero muy fuerte y confeccionó unas pequeñas anillas que ató con nudos de pescador, para apoyar en ellas las manos y los pies después de asegurarlas a la cuerda principal.

Pero ante todo había que resolver el problema de enganchar la cuerda a la rama. Tras dos horas de probar con una cuerda resistente y una rama flexible, Mary consiguió fabricar un arco; con su navaja del Ejército Suizo cortó unas ramas que hacían las veces de flechas, provistas de unas hojas rígidas en lugar de plumas para estabilizarlas durante el vuelo. Por fin, después de una dura jornada de trabajo, Mary estuvo lista para comenzar. Pero el sol comenzaba a declinar y las manos le dolían, de modo que cenó y se acostó, preocupada, mientras los mulefa no cesaban de hablar de ella con sus característicos tonos quedos y musicales.

A primera hora de la mañana Mary se dispuso a disparar la flecha para enganchar la cuerda a la rama. Algunos mulefa se congregaron a su alrededor para observarla, temerosos de que se hiciera daño. El trepar constituía una actividad tan ajena a unas criaturas dotadas de ruedas que el mero hecho de pensar en ello les horrorizaba.

Mary no ignoraba cómo se sentían. Tras dominar su nerviosismo, sujetó el extremo de una cuerda muy delgada y ligera a una de las flechas y la disparó hacia lo alto con el arco.



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